JOSÉ MARTÍNEZ "PIRRI"

Pirri fue un jugador de fútbol muy popular en las décadas de los 70 y los 80 en España. Aunque procedía de Ceuta, se convirtió en uno de los jugadores emblemáticos del Rel Madrid, club con el que ganó diez títulos de Liga (1965, 1967, 1968, 1969, 1972, 1975, 1976, 1978, 1979 y 1980), cuatro de Copa de España (1970, 1974, 1975 y 1980) y la Copa de Europa de 1966. También jugó muchos partidos con la Selección española.

Pero lo que deseo no es contaros la vida y milagros de Pirri, sino el papel que tiene en mi familia. Porque aunque parezca increíble Pirri tiene muchísimo que ver con mi familia, sí señor.

Todo comenzó una noche de verano en la feria de mi ciudad. Mi hermana tiró un dardo en una de las casetas y le tocó un premio. Como no podía ser de otra forma, el premio pecaba de hortera y kitsch (además el jugador no era precisamente un hombre atractivo), motivos por los que mi madre se negó a que entrara en casa y nos pidió que lo tirásemos ipso facto a una papelera. Sin embargo, las dos nos quedamos mirándonos un instante y una idea se fijó en nuestra mente: nos lo llevábamos a casa. Se trataba de un busto en plástico de Pirri, de cuatro dedos de alto y vistiendo la camiseta del Real Madrid.

Cuando llegamos a casa mi hermana, que lo llevaba en el bolso, no dijo nada a nadie y todos olvidamos a Pirri. Sin embargo un día, semanas más tarde, mi madre comenzó a dar gritos en la cocina y cuando acudimos todos sobresaltados pensando que se había quemado o se había cortado un dedo nos la encontramos ofuscada con el busto de Pirri en la mano. Nos echamos a reír y hasta mi madre pasó de la indignación inicial a la carcajada. Afirmó que lo tiraría a la basura pero al cabo de un tiempo fui yo quien lo encontró metido dentro de una bolsita transparente y escondido dentro del bote de las lentejas.

Hicimos un pacto tácito que consistía en lo siguiente: cada vez que alguien encontrara a Pirri en algún escondite de la cocina se lo comunicaría a los demás y volvería a esconderlo de modo que fuera muy difícil encontrarlo de nuevo. La regla de obligado cumplimiento era esta: no se podía sacar a Pirri de la cocina, ese era su reino y el lugar por el que se movería con total libertad.

A lo largo de tres años Pirri ha aparecido en el congelador debajo de las bolsas de guisantes congelados, en varios botes de legumbres, tras las botellas de aceite de la alacena, en el espacio que queda entre la nevera y la pared, en el armario de las escobas detrás de la mopa... A veces nos olvidamos de él durante meses y su reaparición es toda una sorpresa.

Cada aparición suya es celebrada con gritos de euforia y a quien lo ha encontrado se le halaga como a un campeón (más cuanto más oculto fuera el escondite en el que lo ha descubierto) y se le concede el deseo que quiera ese día.

En fin, locuras de mi familia.