Mostrando entradas con la etiqueta relato. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta relato. Mostrar todas las entradas

sábado, 13 de septiembre de 2008

ARENA



El hombre la observaba atento desde las profundidades de sus malignas pupilas negras.

Insistió:

_¿Acaso te sirve de algo el alma sin el corazón que él se llevó? ¡Hazlo! Hazlo y ama de nuevo, seca esas lágrimas invisibles que surcan tu rostro, deja que descansen tus pies llagados de buscarle por el mundo, llena tus noches blancas de su presencia con un simple "sí".

_ ¿Y después?

_ Después no existe, lo inventó el hombre en un desvarío, nadie más que él ha hablado de eternidad. En su soberbia, cree que Dios está a su lado, que lo amparará cuando los lazos que lo atan al mundo sean cortados, y se tapa los ojos con las manos para seguir manteniendo su autoengaño.
Di que sí y tendrás tu propio dios, aquel en el que has creído firmemente desde hace tantos años, aquel que fue sin ser, aquel que te envolvía en hermosas palabras y hacía salir arcoiris en tus mejillas, aquel a quien contra tu voluntad y tu razón juraste ser leal una noche de invierno. ¿Deseas abrazarle?

Le miró desde el dolor de la nostalgia, con una esperanza azul latiendo cada vez con más fuerza en su corazón.

_ Sí.

_ Entonces así sea.

El hombre oscuro se desvaneció entre la niebla y contempló el rostro del amor. En el silencio de la noche, lo abrazó con fuerza, con la emoción que se había ido acumulando en sus dedos a lo largo del tiempo, lo abrazó estrenando el mundo, asfixiando las caricias malgastadas inútilmente en otros, meciéndose al son de la música del cosmos; lo abrazó con su amor maldito ya redimido, con sus seis sentidos de mujer, con los brazos de todas las antepasadas latentes en sus genes.

De repente se encontró abrazando el aire. A sus pies, un montón de arena de playa echaba a volar con el viento.



EDITO: Joooo, que no es de ningún libro, ¡que lo he escrito yo! XD

sábado, 6 de septiembre de 2008

MI PASADO




X y Soboro, lo prometido es deuda. No seáis malos: lo escribí cuando tenía 15 ó 16 años y no he modificado nada, os lo muestro tal cual. :P








Era el anochecer en el puerto. El sol agonizaba tras el horizonte con pequeños reflejos mortecinos.
Las últimas nubes de la tarde se deslizaban por la tranquila superficie verdosa del agua.
El muelle se extendía a lo largo de la orilla como una frontera hiriente que acaba con el país de los sueños.
A lo lejos, un hombre limpiaba la cubierta ennegrecida de su barco pesquero con gesto cansado. No eran buenos tiempos para los pescadores.

De repente una gaviota lanzó un fuerte graznido. El anciano dio un respingo que casi le hizo caer de su banco de madera. Pensó en lo curioso que era el hecho de verse sobresaltado todavía, tras tantos años de convivencia, por las gaviotas.

Había llegado allí quince años atrás procedente de La Habana. En realidad su vida entera, además del viaje que toda vida representa, había sido una sucesión de viajes y de desficios. Hasta que llegó al pueblo marinero no pudo encontrar la calma. ¡Había perdido tanto por el camino..!

Nació en Toledo, bajo el amparo de una familia burguesa acomodada. Pero ahora no le quedaba nada de la generosa herencia que su padre le dejó al morir. ¿Y qué era el dinero, si no podía devolverle a su esposa y a su hija?

Tras la desgracia vagó por toda España buscando algún lugar acogedor que brindara al guerrerro el reposo necesario para curar tranquilamente sus heridas. Después, viendo que el pesar y la inquietud le acompañaban en su camino, cualquiera que fuera éste, marchó a Cuba sin pensarlo dos veces, pues nada podía perder quien nada poseía.

En La Habana continuó con su tarea creativa y logró que dos de sus libros fueran publicados por una modesta editorial de barrio. Solamente recibió dos pesetas por cada uno, pero el único hecho de pensar en la posibilidad de comunicarse con alguien a través de sus obras llenó de esperanza, que no de júbilo, a un hombre que hasta entonces sólo esperaba que la Muerte no tardase en acudir a su cita con él y que no tenía más compañía que sus recuerdos.

Llenó de paredes sus tinieblas y sus noches blancas de letras hasta, poco a poco, lograr hacerse un hueco entre los escritores más relevantes de la época. No obstante, jamás acumuló más dinero del necesario para subsistir cada día. Los lujos no le atraían, pues no habían podido librarle del implacable destino.

Su apoyo a la causa revolucionaria pronto le causó persecuciones y, llegado el punto álgido de estas tensiones, tuvo que huir de la isla con peligro de perder la vida si se quedaba y de morir si partía.

Salió de Cuba con tres pesetas en el bolsillo y un miserable paquete de tabaco de mascar. Por qué llegó al pueblecito nunca lo supo, pues no había tenido la posibilidad de escoger el barco ni su destino. Sabía que cuando se viaja de polizonte no hay derecho a reclamación.

En el lugar no encontró la felicidad, pero no se decepcionó porque ni siquiera había pensado buscarla. Lo que sí encontró fue la calma de sus inquietudes y la resignación a su dolor. A la soledad profunda ya se había resignado hacía mucho. En realidad, había llegado a gozar de ella y a protegerla como en otros tiempos, muy lejanos ya, protegió a la familia que hoy no tenía.

El anciano se recostó en su banco y pensó en lo dura que era la tabla. No, no era la tabla. Eran sus años los que eran duros. No eran sus viejos pies los que pesaban, era el dolor sordo que le había acompañado durante tanto tiempo.

Miró al horizonte lejano y oscuro con los ojos entornados. Poco a poco, cansados de esa imagen que conocían más que sus propias arrugas, sus ojos se apagaron y cayó su bastón.