FRÍO

Hoy ha hecho frío en mi ciudad, mucho mucho frío. La helada brisa procedente del mar nos recorría la piel a traición como una caricia mortal, se colaba por debajo de las puertas y por las rendijas de las ventanas, amenazaba con impedir que los coches arrancaran, ralentizaba el latido del corazón y alejaba a los habitantes de la ciudad de las calles que son su natural dominio.

Hoy más que nunca era necesario un buen abrigo de esos de lana de toda la vida, como los que nuestra madre nos ponía para ir al colegio las frías mañanas de enero cuando éramos niños, sin apuestas arriesgadas, sin originalidades peligrosas, sin aspavientos.

Los vestidos de seda o de raso salían sobrando: nada como un grueso y agradable vestido de lana para un día así.

Ni zapatos oxford con calentadores ni sandalias con calcetines, por muy de moda que estén y por mucho que Carrie los lleve: se imponían los leotardos y las botas altas.

Y una vez preparada para las inclemencias del tiempo no he tenido más remedio que aguantar la respiración y salir a la calle, porque como decía mi abuela "El pan no cae del cielo" (doy fe).